Los tiempos han cambiado, y en un sentido realmente malo. A diferencia del resto de problemas que detecta la deprimida Generación X ( a quienes cualquier pequeñez les parece gigante), el verdadero espíritu del Día del Niño como una fecha de alegría y fiesta se ha apagado de forma alarmante.
En mis años de infancia, era cada primero de octubre (aquí en el Pulgarcito de América) el día oficial de:
COMER GALLETAS SUPER CREMOSA EN LA ESCUELA (...si es que había que ir)
ACOMPAÑADAS DE ALGO DE BEBER (en combo, les dicen ahora)
Y EN EL SISTEMA DE SONIDO, ALGO NOS INVITABA A BAILAR...
YA EN CASA, PODRÍA SER QUE RECIBIÉRAMOS ALGO BUENO
Y POR QUÉ EN LUGAR DE UN REGALO, ¿UNO QUE VALIERA POR DOS? (Y es Shockwave... ¡Shockwave!)
SI CAÍA EN DÍA SÁBADO, LOS PERIÓDICOS VENÍAN ESPECIALES
¡Y TRAÍAN TIRAS CÓMICAS POR MONTONES!
En conclusión: La felicidad venía en muchas formas diferentes, que en algunos casos eran pequeños detalles. Pequeños, pero de un valor tan grande que no cabría en la pantalla de un Smartphone.
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