Si usted vivió los ochentas prendido en la televisión, considérese afortunado. A diferencia de nuestra generación, los niños en estos días no están expuestos a las obras clásica de literatura en una forma divertida y objetiva, una que les permita conocerlos y apreciarlos.
Quienes crecimos en los ochenta, supimos quien fue El Cid (aparte de ser un niño que luchaba contra moros usando una espada de madera). Supimos que “Papacito Piernas-Largas” no tiene que ver ni con arañas ni con jugadores de baloncesto. Acompañamos al Señor Sapo cada vez que se decidía a emprender una aventura desde su impresionante mansión de Sapocrópolis.
En cambio, los llamados millennials prefieren la comedia chapucera y la acción sin cerebro a la hora de entretenerse.  Toda aquella accesibilidad a los libros más famosos de la literatura universal ha desaparecido, quizá por decisión ejecutiva de los grandes medios. Sí, aquellos mismos que critican el bullying pero siguen presentándolo como motivo de comedia en sus programas infantiles.
Para cuando llegue el momento para el niño moderno de descubrir esas intensas historias, no será en una divertida serie animada, sino en un aula, en clase de Literatura (posiblemente impartida por un maestro aburrido). Igualar la experiencia de aprendizaje, en el último caso, será algo quijotesco.